Beatriz Vignoli

Beatriz Elvira Vignoli
Rosario, Santa Fe, Argentina, 29 de enero de 1965.
En la peluquería / Función de la lírica / He reído con los muertos del verano / El pincel / La caída / El pino / No está tu cuerpo.

En la peluquería

Hay cinco flores blancas en medio de todas las palabras,
blancas casi verde silencioso.
Copiadas al espejo triangular son diez diamantes
y eso significa.

Alrededor sostienen la tarde como pueden,
van soportando el tiempo
con palabras sencillas por donde respira
el aire de los cuerpos.

Tratan de olvidarse de la muerte, del sol que resplandece
allá afuera después de la tormenta.
Pero hay un silencio que rompe todas las cosas.
Cinco flores blancas casi verdes lo recuerdan.



Función de la lírica

Mi padre agonizaba
en un sanatorio con TV por cable.
Puse el canal de ópera
para amortiguar sus alaridos constantes.
Justo cuando Rigoletto abraza el cadáver
de su hija, debí tenerlo al viejo
para que no se cayera de la cama:
la doble simetría de la escena
me la volvió soportable.



He reído con los muertos del verano

He reído con los muertos del verano,
muertos jóvenes cuyo silencio irreductible
es un jazmín de hierro en el centro de la nada;

no hay ausencia como la de sus cabellos
invisibles luego de desparramarse, por vez última
hasta el amanecer como una quieta llamarada;

y lo que en ellos aún reclame una palabra
desollará su puño contra la puerta de la noche,
seguirá golpeando mientras haya memoria.



El pincel
 
a Pat Roldán

Cada cara nueva que me encuentro
viene escrita en un idioma extranjero
que no sé si aprender.
Los rostros que no soy. Millones
de nombres donde no he sido: la otredad
es ausencia de mí. Y no hay más amor
humano que mirarlos
pasar, mientras aguardo
que el tiempo se termine.



La caída

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.
Soy, del ángulo recto
Solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión elemental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón, espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, solo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que ni creas que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.



El pino

Apagué los motores
y anduve a la deriva
¿cuántos años anduve
a la deriva, el motor apagado, ni
impulso ni gobierno, sin dirección?

Me recuerdo leyendo neones
a la vera de avenidas
desiertas. ¿Cómo pudo
nevarme encima todo este cansancio?
¿Cómo pudo acumularse, quedar ahí toda la vida?

Sacudo la cabeza como un pino. La nieve
no se va



No está tu cuerpo

No está tu cuerpo
teníamos la misma estatura

ya no
que el suelo olvide tus pies.

Hinchada de tu ausencia como un globo
se halla la noche.
 
Beatriz Vignoli

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