Cecilio Acosta


La gota de rocío

«No hay brillo como el mío
(dijo ufana la gota de rocío
al verse aclamar bella
en medio al campo en que el ornato es ella),
ni quien cual yo, galana,
sea orgullo y primor de la mañana.
En globo pequeñuelo,
sobre hoja que ya dora
la prima luz de la rosada aurora,
soy breve suma del fulgor del cielo
que, en vastos horizontes,
se ve en valles lucir, y se ve en montes.
Y soy también, para mayor decoro
de mi almo origen y mi cuna de oro,
delicado vapor que en ondas sube,
llega tal vez á la flotante nube,
tal vez instable de la altura baja
y en el aire suspenso en perla cuaja.
Bordo a veces las flores
para de ellas beberme los colores,
y en formas mil distintas,
cada cual de por sí fijable apena
en el mudar de la movible escena,
del iris tomo las variadas tintas.
El aura me regala
con los aromas que el verjel exhala,
y, por verme temblar, con ala leve
jugando me conmueve.
Yo nazco con el día,
tengo palacio en la arboleda umbría,
y en aguas bellas de matiz cambiante,
ya semejo al cristal, y ya al diamante.»
Así la gota en su discurso ciego,
a tiempo que de ráfaga impelida,
de la hoja desprendida,
llegó á caer y disiparse luego:
tal vi una vez en mi jardín acaso;
y prueba así este caso,
que el mundano esplendor es de un momento,
la vida nada, y el orgullo viento.


Madrigal

Echó de menos la Aurora
una vez su luz que dora,
y como día tras día
pálida siempre salía,
dando quejas lastimosas,
lloró perdidas sus rosas,
y en encontrarlas se aferra
corriendo cielos y tierra...
Delia, ya sé que es robado
el esplendor con que brillas,
y que la Aurora ha encontrado
sus rosas en tus mejillas.
 
Cecilio Acosta

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