Acaso, cementerio de las cosas, un día,
atmósfera de muerte amanecida tuvo.
En los suburbios de las grandes capitales
todo vuelve a nacer, en los mercados turbios.
O el encanto geográfico de mapas tan antiguos
que sostienen al mundo sobre un gran elefante
o las camas que amor y dolor anudaron
o el polvo de los libros famosos y distantes.
O la tuerca o el piano, el mármol y la percha,
el lingote, la lesna, el cajón y el bordado.
Viejas fotografías de instantes ya vividos.
Viejos juguetes rotos de niños ya enterrados.
Oh, cementerio y agrias las lluvias que cayeron
y oxidados los soles y las lunas, heladas.
Brújula que señala rutas enloquecidas,
reloj que da las 12 con 13 campanadas.
En los suburbios de las grandes capitales
-Cabecera del Rastro, Marché aux pouces compraventas-
lastimados crepúsculos en angulosas calles,
ruidos de carromatos en auroras violentas.
Prostitutas espías, mujeres con canastas,
buhoneros encorvados y cajitas de música
y pianolas que encienden sus paisajes de Holanda
y cuadros que inspiraron toxicómanas musas.
Yo vagué los mercados de pulgas por el mundo
con mis duendes amigos y con mis vagas ansias.
Baldías de las cosas -recuerdos, voces, gestos,
escenas, despedidas-, ayer, hoy y mañana.
Oh, cementerio.
Raúl González Tuñón
en Todos bailan,
Los poemas de Juancito Caminador, 1934.
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