Era casi de música. Todo el color del cielo
se anudaba en su cola.
Murió difícilmente.
Imploraba mi ayuda llamándome, carcomido por la sombra,
con sus verticales lucecitas felinas,
alejándose fijo entre la llovizna de la agonía.
Y fino hasta el abismo, para no herir a nadie
con el roce de sus despojos, el pobre animalito
murió a solas vaciado en la penumbra.
Roberto Sosa
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