Se escapó de repente como un sueño
de la mano de un niño, y éste, bajo
la opaca luz de otoño, levemente
le dijo adiós con la frustrada mano.
Quiso volar el proletario Ícaro
de papel pobre y manoseada piola
y allá quedó enredado en la azotea
entre un alado susto de palomas.
Como estaba tan solo y era apenas
una metáfora del perdido cielo
vino un cometa y lo llevó consigo
hacia la Calle de la Luna, lejos.
Pero el alma sutil del evadido
en fugitiva nube regresando,
se introdujo en el niño para siempre.
Y ahora siempre estará, siempre volando,
su corazón de barrilete.
Raúl González Tuñón
en El banco en la plaza, 1977.
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