Epílogo


Ahora sí que eres mía… En el sepulcro
 puedo llorarte sólo mi Lucila.
Te envenenó el gusano, rico, enfermo,
 pero tu estrella para mi rutila.

En las joyantes noches del estío,
 cuando era tu vivir una alborada
teñida cual las plumas de un flamenco
 por una luz dulcísima y rosada;

tu amor fue mi perfume, mi esperanza,
 la novela de mi alma, mi alegría,
 cuando tú me decías: mi poeta,
 me inundabas de luz y de poesía.

Y cuando te entregaron al gusano
 yo lloré en el altar del firmamento,
 pero si a mí me mata tu partida
¡cómo los matará el remordimiento!

Yo he pedido el perdón para tus culpas
 y pido para Ti, toda delicia…
Tú eres, entre el rayo de la luna
 el plateado fulgor que me acaricia.
  
Estanislao del Campo

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