María Elena Walsh

Ramos Mejía, Buenos Aires, Aregentina, 1 de febrero de 1930; 10 de enero de 2011.
Milonga del hornero / Balada triste / Paisaje de elegía / El viaje / Balada del tiempo perdido.
 

Milonga del hornero

Pasto verde, pasto seco
en San Antonio de Areco.
El hornero don Perico
hace barro con el pico.

Pasa un gorrión y saluda
¿No necesitan ayuda?
No precisamos ladrones,
le contestan los pichones.

Cuando el nido está acabado
dan un baile con asado.
Doña Perica la hornera
baila zamba y chacarera.

Vuelve el gorrión atorrante
vestido de vigilante.
Haciéndose el distraído
roba miguitas del nido.

Papá, gritan los pichones
¡han entrado los ladrones!
Don Perico ve al gorrión
y lo obliga a ser peón.

Doña Perica lo llama
y lo toma de mucama.
Los pichones, de niñera
que les dé la mamadera.

El gorrión lava y cocina,
barre, plancha, cose y trina.
Miren, miren qué primor,
un ladrón trabajador.



Balada triste

Era el otoño y era la llovizna,
la inicial certidumbre del poniente.
Mis pasos desandaban su tristeza
mientras sobre la tierra conmovida
era el otoño y era la llovizna.

En el transcurso de las avenidas
todos los pájaros habían muerto,
y las hojas llovían cautamente
sobre la hierba, cerca de mi sangre,
en el transcurso de las avenidas.

¿Qué llanto conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles deshabitados?
Cuando en la fuente se reconocía
un cielo de palomas lejanísimas
qué llanto conocí, qué desconsuelo.

Oh muros de mi sed, aquellos muros
que no sé si existieron a mi lado;
bebí en ellos soledad de siglos,
luz funeraria, fríos alusivos.
Oh muros de mi sed, aquellos muros.

Triste ejercicio el de invadir la niebla
por ámbitos inciertos, declinando.
Atravesé desconocidos puentes
en el amanecer de los faroles.
Triste ejercicio el de invadir la niebla.

Todos los pájaros habían muerto
en el transcurso de las avenidas.
Qué llanto conocí, qué desconsuelo:
era el otoño y era la llovizna,
todos los pájaros habían muerto.



Paisaje de elegía

No escuches mi dolor, tú que me heriste.
No te reclama ya ningún acento.
Sólo en mi corazón la sangre es triste.
(¡Oh lentas calles del otoño lento!)

No te requiero un sólo mandamiento.
-Tú que me niegas, tú que no me diste-.
No sientas esta muerte que yo siento.
(¡Oh tristes voces del otoño triste!)

Que sólo a mis entrañas se refiera
este clamor, este importante frío.
Quiero que no te alcance este lamento.

Pero si alguna vez te desespera
un gran silencio, es el silencio mío.
(¡Oh lentas sombras del otoño lento!)



El viaje

Sólo quiero tu casa de ternura,
vivir en su calor.
Eres el mar y la orilla segura
porque el único viaje es el amor.

Reconocer tu alma, qué aventura
de mágico sabor.
Allí tendré profundidad y altura
porque el único viaje es el amor.

Besos desconocidos como puertos
esperan bajo un cielo de mirada.
-Lo demás es dolor.

Hoy vuelvo de países que están muertos,
después de un mar que no me dijo nada,
porque el único viaje es el amor.



Balada del tiempo perdido

Yo dormía pero mi corazón velaba...
Cantares

Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.

Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.

Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.

Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.

Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.

Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.

Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.

Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.

María Elena Walsh

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