No los destruyas.
No los eches
al pozo de los cielos.
Tal vez ellos retornen
después que la belleza
se haya ido.
Cuando la soledad
camine libremente
de la cama hasta el patio
y mi casa parezca
-al ojo del infante-
algún enorme erizo.
Entonces,
quizás entre sus líneas
descubras un instante
inadvertido;
la palabra extraviada
en domingos zoológicos;
algo más verdadero que lo hermoso.
Nadie sabe.
Consérvalos.
Cambia tu piel. También
la piel del mundo.
Pero el poema queda
guardando su misterio.
Tal vez no hay en tu cuerpo
-todavía-
esa única lámpara
con la que puedes verlo.
en Cuarentena
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