Yo te ofrezco la magia de la tarde adorable
el reflejo de ocaso malva y oro en la rada
el minúsculo barco de vela derrumbada
al que no da esperanzas ya una brisa mudable.
Te ofrezco este momento de quietud indecible
y raro en que, vaciado de la última ambición,
vuelto a sí el corazón siente su pulsación
acompañando rítmica el instante apacible.
Yo te ofrezco el diseño puro y melodioso
de las lomas violetas donde la luna asoma
la untuosa resaca del mar; el sueño toma,
que en este caer del día se cierne misterioso.
Te ofrezco lo mejor de mí, que tú aún ignotas;
la fe que tengo en ti, mi espíritu y mi carne;
todo mi ser que vibra, espera y ríe y llora;
y mi musa adiestrada en el sonoro carmen.
Todo lo bueno y bello yo te lo ofrezco, amigo.
Esta tarde soy más tierna y buena. Pero en vano.
¿Cómo podrías ver tenderse a ti mis manos
llamándote, si sólo la sombra es mi testigo?
... Semejante al navío que huérfano de viento
su vela colgar deja, y rolar sobre la borda,
así lejos de ti, que le prestas tu aliento,
esta ánima cobarde que sorprendió la ausencia.
Renée Checa
en Tánger, 1927
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