Persistencia del subdesarrollo


No es sólo un hombre…
 
 
Te llamas jefe de hogar y ya son varios
los que has dejado, con los hijos
mirando la puerta.
El sol te abre caminos,
pero arrinconado autómata juegas cacho
con el compadre en la cantina,
haciendo brindis de papel hasta el último centavo.
Arrimada a las artesas, con sus pechos secos
y abortos sucesivos,
tu mujer para la olla.
En el portón de la fábrica, sin juventud,
aguarda con la olleta de pancutras, días tras día,
el pito definitivo de las doce.
Ayer no más decía, tengo dieciocho años.
Regüeldas con deleite al ver mujer ajena,
asado o remolienda,
en tanto a solas con el frío
y el agua de la lluvia entrando en las fonolas,
ella sopla la vela en la mitad de la noche
como una tregua que acalla el hambre con el sueño.
A duermevela, de sobresalto armados,
tus hijos se defienden de invisibles fantasmas,
cuando de golpe emerges en la puerta
tratando de tocarte para saber si estás vivo.
 
 
Alicia Galaz

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