El oficio de poeta
Durante cerca de diez años ha sido para mí una ocupación de duración indeterminada; un ejercicio, más que una acción; una busca, más que entrega; una maniobra de mí mismo por mí mismo, más bien que una preparación con miras al público (...)
El poeta, a mi ver, se conoce por sus ídolos y por sus libertades, que no son los de la mayoría (...)
Así pues, si me interrogan, si se inquietan (como sucede y, a menudo, muy vivamente) por lo que he “querido decir” en tal poema; respondo que no he “querido decir”, sino “querido hacer”, y que la intención de “hacer” fue la que “ha querido” lo que he “dicho” (…)
Me detengo en esta palabra… Me conduciría no sé a qué latitudes. Nada me ha asombrado más entre los poetas, ni dado más que deplorar, que la poca búsqueda que hay en las composiciones. En los líricos más ilustres casi no encuentro más que desarrollos puramente lineales, o delirantes; es decir: que proceden de lo próximo a lo próximo, sin más organización sucesiva que la que muestra un reguero de pólvora por el que huye la llama.
Poesía y prosa
La esencia de la prosa es perecer; es decir: ser “comprendida”, es decir: ser disuelta, destruida sin remedio, reemplazada totalmente por la imagen o por el impulso que ella signifique según la convención del lenguaje. Pues la prosa sobreentiende siempre el universo de la experiencia y de los actos, universo en el cual nuestras percepciones y nuestras acciones o emociones deben, finalmente, corresponderse o responderse de una sola manera: uniformemente. El universo práctico se reduce a un conjunto de hitos. Tal hito alcanzado, la palabra expira. Este universo excluye la ambigüedad, la elimina; exige que se proceda por los caminos más cortos, y sofoca inmediatamente las armonías de cada acontecimiento que se produce en el espíritu. Pero la poesía exige o sugiere un universo de relaciones recíprocas, análogo al universo de los sonidos, en el cual nace y se mueve el pensamiento musical. En este universo poético la resonancia prevalece sobre la causalidad, y la “forma”, lejos de desvanecerse en su efecto, es como reclamada por él (...)
Resulta de ello una diferencia extrema entre los momentos constructores de prosa y los momentos creadores de poesía (...)
Voltaire dijo maravillosamente bien que “la poesía sólo está hecha de hermosos detalles”. Yo no digo otra cosa. El universo poético de que hablaba se introduce por el número o, más bien, por la densidad de las imágenes, de las figuras, de las consonancias, disonancias, por el encadenamiento de los giros y de los ritmos; siendo lo esencial el evitar constantemente lo que reconduciría a la prosa (…)
Resumir, poner en prosa un poema, es simplemente desconocer la esencia de un arte. La necesidad poética es inseparable de la forma sensible, y los pensamientos enunciados o sugeridos por un texto de poema de ningún modo son el único y el capital objeto del discurso, sino medios que concurren igualmente con los sonidos, las cadencias, el número y los adornos, a provocar, a sostener una cierta tensión o exaltación tendiente a engendrar en nosotros un mundo (o un modo de existencia) todo armónico.
El cementerio marino
Dije que "El cementerio marino" se presentó a mi espíritu en un principio bajo las especies de una composición por estrofas de seis versos de diez sílabas. Este partido me permitió distribuir con mucha facilidad en mi obra lo que debía contener de sensible, de afectivo y de abstracto para sugerir, transportada al universo poético, la meditación de un cierto “yo” (...)
Escribí una “partitura”; pero sólo puedo oírla ejecutada por el alma y por el espíritu de otro (...)
Paúl Valéry
A propósito de "El cementerio marino"
Trad. de Miguel Rodríguez Puga
A propósito de "El cementerio marino"
Trad. de Miguel Rodríguez Puga
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