Levántate, Huenchullán

 

Arauco tiene una pena
que no la puedo callar:
son injusticias de siglos
que todos ven aplicar.
Nadie le pone remedio
pudiéndolo remediar.
¡Levántate, Huenchullán!

Un día llegó de afuera
huescufe conquistador
buscando montañas de oro
que el indio nunca buscó.
Al indio le basta el oro
que le relumbra del sol.
¡Levántate, Curimón!

Entonces corre la sangre,
no sabe el indio qué hacer.
Le van a quitar su tierra,
la tiene que defender.
Arauco está desolado
y el ajuerino de pie.
¡Levántate, Manquilef!

¿Adónde se fue Lautaro
perdido en el cielo azul?
Y el alma de Galvarino,
¿se la llevó el viento sur?
Por eso pasan llorando
los cueros de su cultrún:
«¡Levántate, pues, Calful!»

Del año mil cuatrocientos
que el indio afligido está.
A la sombra de su ruca
lo pueden ver lloriquear.
Totora de cinco siglos
nunca se habrá de secar.
¡Levántate, Quilapán!

Ya rugen las elecciones,
se escuchan por no dejar,
pero el quejido del indio,
nunca se habrá de escuchar
por más que suene en la tumba
la voz de Caupolicán:
«¡Levántate, Curimón!»

Desde ese tiempo han pasado
las lunas en cantidad.
Ya no son los españoles
los que les hacen llorar:
hoy son los propios chilenos
los que les quitan su pan.
¡Levántate, Pailahuán!

Ya no florece el mañío,
ya no da fruto el piñón,
se va a secar la araucaria,
ya no perfuma el cedrón,
porque al mapuche le clavan
el centro del corazón.
¡Levántate, Curimón!
 
 
 Violeta Parra

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