Manuel Acuña Narro

Coahuila, 27 de agosto de 1849 - Ciudad de México, 6 de diciembre de 1873.
La muerte no es la nada / Una limosna / Inscripción en un cráneo / Nocturno.


La muerte no es la nada

La muerte no es la nada
Sino para la chispa transitoria
Cuya Luz ignorada
Pasa sin alcanzar una mirada
De la pupila augusta de la historia.

 

Una limosna
 
A mi querido amigo A.F. Cuenca
 
¡Entrad!, en mi aposento
Donde sólo se ven sombras,
Está una mujer muriendo
Entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
Dos niñas bellas que lloran,
Y que entrelazan sus manos
Y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
Ni tiene aliento en la boca,
Y cuando habla sólo dice
Con voz hueca y espantosa:
"¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad, ¡una limosna!"
Y calla... y las niñas gimen...
Y calla... y el viento sopla...
Y llora... y nadie la escucha,
¡Que nadie escucha al que llora!

¿Y la oís? - ¡Ay!, hijas mías
Vanse por fin a quedar solas...
Solas... y sin una madre
Que os alivie y que os socorra...
Solas... y sin un mendrugo
Que llevar a vuestra boca...
Adiós... adiós... ya me muero...
Ya no tengo hambre...
Y la mísera expiraba "¡Una limosna!"
Entre angustias y congojas,
Mientras que las pobres niñas
Casi locas, casi locas
La besaban y lloraban
Envueltas entre las sombras.
Después... temblando de frío
Bajo sus rasgadas ropas,
Caminaban lentamente
Por la calle oscura y sola,
Exclamando con voz triste
Al divisar una forma;
... "¡Me muero de hambre!"
Y la otra...
... "¡Una limosna!"
 
 
 
Inscripción en un cráneo
 
Página en que la esfinge de la muerte
con su enigma de sombrea nos provoca:
¿Cómo poderte descifrar, si es poca
toda la luz del sol para leerte?
 
 

Nocturno

¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.

Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que están mis noches negras, tan negras y sombrías,
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.

De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.

Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos,
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.

A veces pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,
qué quieres tú que yo haga con este corazón?

Y luego que ya estaba concluido el santuario,
tu lámpara encendida, tu velo en el altar,
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!

¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.

Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!

Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
¡adiós por la vez última, amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,mi juventud, adiós!

Manuel Acuña

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