Sombra



¡Oh!, ¡Cuán fría está tu mano! ¿Ríes? ¿Por qué ríes? 
Chocan tus dientes. Hay algo extraño en tus ojos. Tus miradas 
hieren como dagas. Me hace daño tu risa,
me aterra el frío de tu mano descarnada: 

¡Déjame huir! Ya la noche dolorosa nos rodeó 
con el pavor de sus sombras... Hay un abismo a mis plantas. 
Hay un clamor en el fondo del abismo. Las tinieblas 
se aglomeran en los flancos hendidos de las montañas. 

¡Oh, esta mano no es la tuya! ¿Por qué el frío de esta mano 
penetra ya hasta mis huesos? ¿Por qué brilla una guadaña 
sobre mi frente...? ¿No escuchas ese vago son que llega 
suave y tenue, como el eco de una música lejana? 
¡Oh, cuán triste es ese ritmo que suspira en mis oídos
y conduce hasta mis ojos la amargura de mis lágrimas! 
¡Oh, cuán triste es ese ritmo! Déjame llorar. ¡Oh, déjame 
arrodillarme! Mis labios sabrán quizá una plegaria. 

Tengo frío. Tengo miedo. Esas sombras que se mueven 
son espectros que en el borde del abismo se entrelazan... 
No me arrastres... Tengo miedo... Tengo miedo del abismo. 
Déjame huir... Ya la carne de mis huesos se separa... 

¡Oh, ese espectro que a mí viene con los brazos extendidos 
y que absorbe con sus ojos mis pupilas abrasadas! 
Ya mis manos están yertas, ya están secas mis pupilas 
y el gemido del abismo, frío y lúgubre me llama. 

Vamos ya. ¿Ves como empuja desprendidos eslabones 
hacia el fondo de la cima la cadena de fantasmas? 
Vamos ya. Llévame‚. Siento que el latido de mis venas 
se acompasa con el ritmo de la música lejana; 
con el ritmo dulce y triste, que se mece en las tinieblas 
y armoniza con mis pesos la caricia de sus alas, 
como esquife
columpiando
de las ondas.
Suavemente... Lentamente,
por el blando
fugitivas
movimiento
que se extinguen
en la playa.
va ondulando en la penumbra,
en su danza tenebrosa la cadena de fantasmas... 
Vamos ya para las entrañas de la noche y el espanto... 
¡Oh, el amor! ¡Oh, la alegría! ¡Oh, la dicha! 
¡Oh, la esperanza!


Ricardo Jaimes Freyre

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