Arturo Capdevila

Córdoba, Argentina, 1889 - Buenos Aires, 20 de diciembre de 1967.
La fiesta del mundo / Sobre las ruinas / En vano / Ni al amor ni al mar / In memoriam.
 

La fiesta del mundo

Me acerqué a la fiesta del mundo.
Me puse mi traje de fiesta.
Cuando yo llegaba,
estaban cerrando las puertas.

Apagaban las últimas luces:
Ya no había fiesta.
Un olor de perfumes gastados
flotaba en la noche desierta.

Me fui por la vida. Y andando,
he oído palabras dispersas.
Quién decía justicia; quién gloria;
quién nombraba muy bien las estrellas.

Quién decía palabras muy altas;
quién decía palabras muy cuerdas.
He oído palabras... Las cosas
no supe lo que eran.

Había unos libros en donde
estaba sepulta la ciencia.
Hojeando cien libros estuve
mil noches eternas.

Menos luz en los ojos; las manos
un poco más viejas;
¡eso es todo!... Y el alma en el fondo
acaso más triste, más sola y más buena.

Me contaron del Ave que habla:
nadie pudo encontrarla jamás.
Me contaron del árbol que canta:
ya no canta más.

Me acerqué a la fiesta del mundo. Las luces
apagaban ya.
Lo que he visto cuento. Mentira mi labio
no dice jamás.


Sobre las ruinas

Ayer pasó la muerte por mi casa...
Se hizo una noche solitaria en torno,
y en medio de las sombras de la noche,
se hacinaron escombros sobre escombros.

El isócromo golpe de las picas
desmoronó el hogar. Así fue cómo
se desplomaron los antiguos muros,
y hoy ya no son más que ceniza y polvo.

Un agrio ruido de hachas rechinaba
en el huerto infeliz. Tronco por tronco,
los árboles cayeron en un vasto
montón sombrío de ramajes rotos.

Noctívagos murciélagos, rondando
por el húmedo ambiente borrascoso,
con sus alas de trapa y de tiniebla
marcaban el compás de mis sollozos.

Unos búhos graznaban en la sombra...
Transido de terror, clamé socorro...
Dos búhos de la sombra me escucharon...
Se asentaron los dos sobre mis hombros.

Desde entonces, de pie sobre las ruinas,
a los recuerdos del ayer me acorro;
y cuando nadie mis angustias sabe,
doblo la frente, y por mis padres lloro.


En vano

Cuánto verso de amor, cantado en vano!
¡Oh, cómo el alma se me torna vieja
cuando me doy a recordar la añeja
historia absurda del ayer lejano!

¡Cuánto verso de amor, gemido en vano!
primero, fue el nectario, y yo la abeja...
Después mi corazón halló en tu reja
la amarga nieve que lo ha vuelto anciano.

¡Cuánto verso de amor, perdido en vano!
Hoy están mis ventanas bien abiertas;
hoy soy... hay muchas flores, y es verano.

Pero da pena ver, junto a mis puertas,
en un montón de mariposas muertas
¡tanto verso de amor, llorado en vano!


Ni al amor ni al mar

Es refrán de España
que sabe a cantar!
Ni al mar ni al amor
los queráis gritar;
que siempre lo suyo
tornan a buscar:
el amor sus rosas,
sus tierras el mar.

Es refrán de España
que sabe a cantar.
No lo olvide nadie
Ni al amor ni al mar...


In memoriam

Madre del alma, madre: Es la hora en que pienso
las cosas más amargas. De par en par abierto
está el ensombrecido palacio del recuerdo.

Por las desiertas salas, bajo los sacros techos,
la vieja pompa es humo; toda la casa, un hueco;
y en el hogar, tú sabes, que es ya ceniza el fuego.

Así es la vida: polvo. Menos que polvo: viento.
Menos que viento: sombra. Menos que sombra: un eco
Acaso un eco inútil. ¡O todavía menos!

¿Qué me quedó siquiera de tus sagrados besos?
¿Qué me quedó de aquellas caricias de otro tiempo?
Polvo en la frente... ¡Vana ceniza entre los dedos!

¿Qué me quedó siquiera de tus postreros besos?
Contigo se callaron. Contigo se durmieron.
-También los enterramos, dirá el sepulturero.

Por el callado alcázar de mi recuerdo, yerro.
Contémplanme las quietas cariátides de yeso,
y hay una que interroga:
¿Qué quiere acá, ese muerto?

Arturo Capdevila

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