No era una queja
tampoco la voz del caracol
en su playa desierta.
Ni el paso de la bestia
por un peñasco oscuro.
Era el presagio que florecía
los ecos y la ráfaga azul
de un juego niño.
Era una voz sin fondo
aérea como el canto.
Si volviera a escucharla
entendería mejor el sesgo
de una voz sorprendida
en la noche.
en La tierra oscura
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