La confesión

 
 
Qué de flores marchitas, qué de rodillas,
Qué de horas arenosas y amarillas,
De candelabros,
Yo hincada siempre hincada y suplicando.
Golpeando no sé dónde por mis entrañas
Desesperada
Por encontrar pecados
Dentro del alma.
Era como meterse la mano por la boca
Para sacar un mono o una zompopa.
Algo muy feo
Para poder mostrárselo al cura añejo
Que me esperaba austero tras la cortina
De aquel confesionario de negra harina.
Los panes rotos
De mis sueños sencillos, hasta aquel foso
Yo le llevaba
Como prendas de buena enreligionada
Y así aprendía
A odiar mis vanidades con mis sortijas
Y a buscar males
Donde sólo habría habido noches serenas
Pero me hincaba
Muy dentro de mí misma y le espetaba
Todo lo que podía ir recogiendo
En mis horas de santo recogimiento
De cas y ortigas
De sierpes venenosas y lagartijas
Lo que juntaba
En horas de ejercicio desmelenada
Y así aprendía
A creerme lo de afuera y lo de arriba
Que yo inventaba
A base de mi histeria dosificada.
Vírgenes dolorosas en sus sitiales
Caras almidonadas tras los vitrales
Mirando al cielo
Enseñando el camino de aquel consuelo
Me contorneaban
Y yo buscaba el suelo con la mirada
Toda cohibida
De no ser aceptable para esa vida
Cual fruta fresca
Que quiere sacar savia de rama seca.
Aprendí a mentir males para los otros
Yo soy vieja maestra en esos modos
Y ahora estoy aprendiendo en esta vida
A no mentirme males para mí misma.


Virginia Grütter

No hay comentarios.:

Publicar un comentario