A la Luna

 
I
 
No hay alma que tus rayos no busque suspirante
Diadema que coronas las noches del amor,
Ni ensueño de poeta que á ti no se levante,
Siguiendo por el cielo tu blanco resplandor.

‎¿Qué guardas en tu seno? ¿qué vínculo divinó
Enlaza á los espíritus tu dulce claridad?
Tú llenas de bellezas las zarzas del camino,
Tú pueblas de sonrisas la azul inmensidad.

‎Todos te aman, todos: cuando en el cielo avanzas,
Risueña y vaporosa, la noche es un Edén;
Cuando tu lumbre ocultas, las bellas esperanzas
Parece que contigo veláranse también.

‎Mil veces de este sitio, de soledad cercado,
Mis ojos han seguido tu lánguida ascensión:
¡Qué dulce y bella eres! tu disco en luz bañado,
Como un asilo eterno se ofrece á la ilusión.


II

‎¡Oh, luna melancólica! ¿no has visto en tu carrera
Al ángel de las dichas que guarda el porvenir,
Flotante en el espacio la undosa cabellera.
La oliva entre las manos, errante discurrir?

‎¿No has visto si buscaba, sedienta la mirada,
Las blancas espirales del humo de mi hogar,
Las rosas que lo cercan, los sauces, la enramada,
Donde modula el viento su eterno suspirar?

‎¡Oh luna! ¿no le has visto? ¿jamás de tus destellos
Su pálida figura fantástica surgió?
¿Jamás estremecida besaste sus cabellos?
¿Jamás bajo tus alas su frente cobijó?

‎¡Secreto impenetrable! ni al eco del reproche.
Ni al eco del suspiro, que suben hacia ti,
Te agitas y respondes... la misma cada noche,
Hermosa, pero muda, te elevas al cénit

‎Tu luz, toda consuelo, colora la esperanza.
Sonríe á los dolores, arrulla el corazón;
¡Mas, ¡ay! pálida siempre, jamás un rayo lanza
Al fondo misterioso de la inmortal región!

Martín Coronado

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