El álamo blanco


 
Mientras el aura del ardiente estío
derramaba con vuelo fatigado
sobre la mustia majestad del prado
del alma aurora el virginal rocío,
besando el agua del raudal umbrío,
a la sombra de un álamo apartado,
oyó que así en murmullo sosegado
decían el árbol y el sonoro río:
-Si el céfiro de abril huyó ligero,
¿qué espíritu divino te alimenta
y hace perpetuo tu verdor primero?
-Yo presto sombra cuando el sol calienta,
rasgo del aire el torbellino fiero
y el bien que hago mi verdor sustenta.


José Selgas Carrasco

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