Ray Bradbury

Ray Douglas Bradbury
Waukegan, Illinois, Estados Unidos, 22 de agosto de 1920 - Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012.
 
He sufrido bastante hasta llegar finalmente aquí...

He sufrido bastante hasta llegar finalmente aquí
aunque no he estado ni enfermo ni loco
ni hecho trizas.
Y sin embargo, siento que sí.
Hay algo en mí: las paredes de mis células son finas,
mis venas son cristal, mi corazón es el mero capricho
de un latido, una pausa y un latido;
me adjudico las muertes en la calle. No me gustaría que pasara eso.
Sé mucho más de lo que quiero saber.
Los titulares en el desayuno me hablan de un conflicto armado,
sé que hay gente muriendo ahí fuera; dejo la cuchara.
Los hombres aterrizan en la luna esta noche; entiendo su alegría,
el chico que hay en mí les acompaña mientras trazan
allí arriba, muy lejos, un mundo inalcanzable sobre el polvo;
enseñan a mi cansada sangre a amar de nuevo.
Esta noche lloverá en la capital de Perú,
me lavo la cara en ella. En Indochina, una masacre más,
corro en ella y pierdo.
¿Lo ves?
No puedo elegir estar o no estar.
Luz, oscuridad, alto, bajo o en medio,
he sido lo que el mundo era esta mañana;
cuando las cosas nacen yo renazco;
cuanto todas las cosas regaladas se pierden,
termino mi jornada desolado, sin control.
Mi única tarea es apuntarlo todo
antes de que esas malditas cosas me ahoguen
de alegría
o me metan en una caja para esa larga noche
que no tiene final.
A más edad peor temperamento,
me siento utilizado por los dioses estando aquí tirado
para encarnar un miedo y, al segundo, interpretar alivios.
Sus creencias son las mías, pero ¿cuáles son exactamente?
Cambiarse sus malditas togas una vez cada luna
y bailar sin sus trajes al mediodía en Green Town.
Su carne es invisible, pero veo
sus tragedias y logros
mientras persisto libre y abierto a sus días
para ser la esclusa o chimenea de todos sus designios.
Nacido para que me derriben y me rompan, me reparen después,
si no es por eso, ¿por qué me enviarían?
Alabad a los dioses por hacerme tan frágil.
Después, sentaos con vino:
Os contaré una historia:
¿Qué significa el pedo de una pulga?
Que cuando los mendigos mueren no se ven cometas.
 
en Vivo en lo invisible
trad. Ariadna G. García & Ruth Guajardo
 
Un poema escrito al saber que Shakespeare y Cervantes murieron el mismo día

El gran Shakespeare perdido. Ausente Cervantes.
El sol desciende a la noche. La caída
rechaza todo fulgor. El tiempo contiene el aliento
ante esta coincidencia funesta.
¿Pero es posible? ¿Y es así como
esos dioses gemelos van a la oscuridad?
¡Todo en el mismo día! ¿Y nadie detuvo
la cosecha de este terrible desgranar?
En cada campo y cada luz
ellos, ardiendo, empujados hacia la sombra.
Ya la noche retoma el tamaño que le corresponde,
¿Hace falta un espíritu? ¡No! La muerte arrebatará dos.
Uno primero. El mundo gira hacia el despojo
¡Después dos! Golpes leves para devolver el delicado equilibrio
Dos cometas apagados en menos de una semana
Primero España, luego el inesperado moretón a Inglaterra
El mundo enmudecido por el estupor y el miedo
La Antártida derritiéndose en lágrimas
y las ánimas de los Césares explotaban; alza
ensangrentados ojos la Amazonia.
Una época ha terminado, y atestigua
un día brutal,
cuando la inteligencia divina nos dejó solos
sin el agonizante Will y su par español.
¿Quién osará medirse y valorar cada pluma?
No veremos otras cumbres gemelas como ésas.
¿Shakespeare perdido, Cervantes muerto?
Las venas de Dios se coagulan
y la luz se ha ido, clausúrase el día.
Dos gigantes arrebatados en menos de una jornada,
dos cimas, segados por un certero tajo de la muerte.
Cristo perplejo, reabiertas las heridas. Dios retiene el aliento.
Y nosotros titubeantes por ese par caído.
La aridez del día aterra.
Como si un antiguo Tribunal de Reyes
para Césares o cosas magnas,
en pago a su majestuosidad,
que sean ahogados en una edad obscena
inmutable dictara: “Dos gigantes –muertos”
Primero uno y nuestro otro ojo enseguida
Conmueve Dios con grandeza, luego sueña la inmensidad.
¿Uno no es suficiente? No, podría notarse
el vacío a medio llenar si sólo Shakespeare, abismado
en fuga hacia la ruina y al riguroso crepúsculo.
Así, al principio lamentando, ya luego con risa,
Dios ha medido y colmado esa otra mitad.
Cervantes atravesado fijo en una tabla,
el corazón de cometa pleno y rebosante.
Dios los envió fuera a ambos, par de astros de fuego
nacidos colosales y espléndidos monstruos de océanos para su goce,
tras muchos largos años, desde que suplicábamos por riendas.
¿Dónde Cervantes sumado a Shakespeare esconde su
caída? Resuenan ecos alrededor del escenario
y todavía tratamos de cuantificar nuestra conmoción,
pues dónde queda el sentido de esto.
Nuestra mano derecha y nuestro Derecho perdimos.
¡Cuáles aplaudidos, juntos, aclamaron
a Dios y la Causa Cósmica Primordial!
Mas Cervantes y el Bardo quedan rígidos.
¿Dos sueños indómitos en una muda cápsula subterránea?
Dejemos a todos los ecos fluir en las mareas
donde los cometas son sus puentes colgantes
y a Cervantes y al burlón Will
dar golpes al aire con nuestras esperanzas más ambiciosas
y advertirnos en las pesadillas de la cama.
Llorad: ¿El Quijote y Hamlet muertos?
¿Caídos, en un único día? ¡Expulsados! ¡Abatidos, arrancados!
De ninguno de esos funerales sabré
Sus epitafios, sus lápidas, rechazo.
Déjenme sus libros, muéstrenme a sus Musas.
Hasta por un día, o al menos, una semana
desafío a hablar a Cervantes y a Shakespeare,
a que colmen mi corazón y enciendan mi mente.
¿Con qué? Noble Caballero, íntegro Lear, ¡Muertos no! ¡Muertos no!
 
Ray Bradbury
trad. Jorge Lara Rivera

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