Receta del poema

 
Antes de empezar
une a tu voz las voces de humillados y ofendidos.
Segunda condición:
que el sufrimiento del país ahogue a los libros de tu
cuarto.
Luego comienza a disponer los materiales.

Toma un pedazo de volcán que nos encuentre en
ningún mapa.
Mézclalo con los restos de una pureza adolescente.
De los recuerdos elige aquellos que en su momento
fueron actos.
Añade raíces con toda la cara vuelta al universo oscuro,
orillas donde resplandezca el aire,
la fiesta de los cuerpos.

No está en ti determinar la dosis de locura que
penetrará a las frases,
pero no olvides que ese son de hierro atravesado por
un pájaro,
ese sabor de bala disparada al infinito
sólo se logra con la extenuación de los sentido
poniendo al inocente en la primera línea de combate.

Todo lo que aprendiste y desechaste
por un instante debe reverberar en tu ánimo,
y aunque la mano a veces suene a vieja,
será siempre tu juventud la onda que flamee
en el momento de grabar palabras.
(No te olvides de Bach,
del negro que soplaba un bronce para salvación de
su alma
ni la cuarteta aquella en que lloraba una princesa
de suburbio).


Forjadas las imágenes,
distribuye la sal de esa gramática aplicada a la violencia,
esa porción de alcohol que no debe faltar en ningún
hecho del espíritu.
Antes que vaya al horno,
encomiéndate a Dios o a los demonios.

El poema está. Te pertenece su silencio.


Osvaldo Rossler

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