El alma acorazada



Que me traspasen dardos: no habré de defenderme; 
que me hiera cruel total indiferencia; 
que los rostros, impávidos, al no reconocerme 
pasen sin advertir siquiera mi presencia.

Que el desamor se infiltre mientras el amor duerme 
y que a la tolerancia azuce la pendencia; 
que egoísmo y envidia me descubran inerme 
y aun sin defensor me llegue la sentencia.

Mas quiero hoy declarar, Señor, que no fui mala 
pese a haber cometido dolorosos errores; 
nunca me envanecí y jamás hice gala 

de lo que tal vez tuve, al pasar de mis días, 
pues mujer, también madre, sé de santos amores 
que acorazan el alma contra las villanías.



Marilina Rébora

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