El abandono silba llamando a sus amigos.
La noche y el sueño
amarran sus caballos frente a las ventanas.
El dueño de casa baja a la bodega
a buscar sidra guardada desde el año pasado.
Se detiene el reloj de péndulo.
Clavos oxidados
caen de las tablas.
El dueño de casa demora demasiado
-quizás se ha quedado dormido entre los toneles-.
Una mañana busqué grosellas al fondo del patio.
En la tarde este mismo viento
luchaba con los pinos a orillas del río.
Se detienen los relojes.
Oigo pasos de cazadores que quizás han muerto.
De pronto no somos sino un puñado de sombras
que el viento intenta dispersar.
Jorge Teillier
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