Caes en mí como una brusca levedad del clima,
del agua,
de una oblicua y desterrada colina,
castigo delicado de un paisaje solamente hollado
por su propia demencia.
Mi desnudez asume así tu cálido cristal
y se destina más al fondo del celo
con piel sonriente candente de tu herida.
Adorada mía tapizada de rayos,
con tu colina bajando todas las aguas de la locura.
Niña mía, con la boca cargada del esplendor del
plátano, alguien, alguien tiene que depender
del canto.
Francisco Madariaga
No hay comentarios.:
Publicar un comentario