dormitaste a la espera de una caricia
que inflamara de vida tus entrañas musicales.
Allí tus élitros tornaron color de raso y serenata
para acunar estrellas y rosas.
Transformaste la noche en absoluto cántico,
mientras aves insomnes,
arrebujadas en los árboles,
se estremecían ante tu minúsculo cuerpo de cuerdas.
Ahora la noche es queja silente
y nadie mece el suelo de las rosas,
escarchadas zarpas atravesaron tu corazón de arpegio
y en una recóndita rendija de infinito
yaces con las almas filiformes de los violines.
María Teresa Bravo Bañón
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