Me van demorando algunos niños;
aquel ciprés; una ternura espléndida;
voces lejanas y navíos;
una desolada nave de iglesia;
algún urbano terreno baldío;
esa pura mirada en la muchacha
malograda entre naipes y vestidos.
La calle gerundia a mis participios
aunque melancolicen las ventanas
un pobre interior, tras los vidrios.
Tengo... interior de conventillo;
manchas de humedad, cuartos sin aseo,
alegría y malvones raquíticos;
pocas ambiciones, mucho dolor,
altura, goteras, grillos
aurorando los rincones, ternura
rechazada, hambre, palidez;
libertad para oír, ningún prejuicio;
enemistad con el oro y las cifras;
convivir de diversos inquilinos;
noches magas de criatura, y los seis
de enero: los zapatos vacíos.
Tengo un pasaporte a la soledad
que no uso porque en su aire pervivo
expectante e insomne, sustantivada
como un follaje contra el río.
Tengo una honda certeza de retraso
que aljiba mis respuestas al estío.
Tengo una ternura cruel, distraída,
para los padres, la gente, el vecino.
Tengo una cotidianidad de sauce
convaleciendo su verde en el río.
Tengo por las mañanas, un milagro
que se concreta en ángel de espinillo
o reverbera escenas de mi infancia
enhebrando un collar de paraísos.
Tengo un oso de felpa que recuerda
las noches sin reloj, más que mi olvido.
Tengo una voz oportuna que narra
la niñez de un antes desconocido.
Tengo siempre a la angustia como huésped;
la caja de acuarelas entre libros;
una entrada permanente al estreno
de la luz en múltiples sitios.
Tengo reputación de primavera
bien merecida, entre los míos;
una desmesurada propensión
al otoño me lazarilla a lugares
humildes, donde las mujeres
paren cada nueve meses un hijo.
Tengo la gran pregunta sin respuesta
aunque no importa, si contesta un niño
me salvo de caer en el vacío.
Tengo la pena del adolescente
que aún sueña con entrar a un circo
entre camaradas que cuchichean
experiencias en lo, hasta ayer prohibido.
Tengo en el umbral a las cosas propias
porque para vivir no necesito
más que humana forma, a la emoción
y mi sed esponjera de infinito.
Tengo soledad, árboles, barrancas,
viento en las tardes, horas sin testigos,
un poema en el césped, una manzana,
cielo con barriletes y, ladridos.
Emma de Cartosio
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